04 Feb
04Feb

¡LA “INFLACIÓN”… PRODUCTO DE LA GLOBALIZACIÓN! 

Por J. C. M.


A finales de la década de los sesenta del siglo XIX nacieron en los Estados Unidos de Norteamérica las primeras franquicias que, al día de hoy, tiene presencia global, muchos de ellos en el campo alimenticio para fomentar procesos, agroindustriales, farmacéuticos o petroleros.

Así mismo, los trusts del acero, la industria química, la automotriz y sus aplicaciones, que han permeado la mayoría de los productos que consumimos hoy en día. Las patentes se hicieron ley y migraron a todas las iniciativas de la actividad humana.

Estas pre-franquicias se aplicaron en la negociación de los derechos de las patentes y copyrigths de la extensa creatividad humana y buena parte de las ganancias se invertían en la investigación y hoy son el origen de los conflictos entre las naciones.

Cuando piensas en el proceso de preparación, siembra, desarrollo y cosecha de productos vegetales, vienen a la mente tal o cual marca de fertilizantes, abonos o maquinaria que, en Latinoamérica, por lo general, son de origen norteamericano, lo mismo pasa en Europa o en la esfera asiática.

Estas franquicias y pago de derecho de los millones de patentes son el negocio de las economías internacionales.

Pero estamos acostumbrados en la actualidad a pensar en franquicias como permisos para comercializar tal o cual producto, y por lo general son la punta de lanza para la colonización económica de un país.

Pensemos en Coca-Cola o McDonald´s, aunque no representen sumas colosales como las de la industria militar, por su popularidad son de “ligas mayores” por el consumo masivo de este producto. Las marcas son, en la actualidad, las que tienen mayor peso en la preferencia de los consumidores. ¿Quiénes no han oído o consumido marcas como Nike, Adidas, Marlboro, Alka Seltzer, Aspirina, Pepsi, Chanel, Dior, Ford, Audi, Caterpillar, Levi´s, etc. Todos estos y miles más, son productos de marcas reconocidas y dan en cierta manera un estatus al consumidor.

No me voy a meter en la ética de estas prácticas comerciales, pero sí en las consecuencias de algunos de ellos.

Por ejemplo, en los años cincuenta del siglo pasado, la alimentación del mexicano era muy sana; todavía no hacían su interrupción a nivel masivo las marcas en la vida cotidiana de nuestra sociedad. Todo mundo comía mucho maíz y frijoles, las frutas y hortalizas no estaban contaminadas por el exceso de abonos y plaguicidas, las semillas eran típicas de nuestros suelos y los productos cárnicos eran locales y no de importación, las gaseosas eran una rareza y las aguas frescas eran el complemento ideal. La leche también era original y con proceso “artesanal” y poco tenía que ver con su manipulación química para hacerla rendir.

De esta forma, todas aquellas generaciones crecían con salud y fortaleza, sin la contaminación química de los productos de consumo franquiciados.

Recordemos que las semillas transgénicas del maíz han desplazado a las semillas nativas dando al traste a las variedades autóctonas. En el afán de hacerlas más resistentes y productivas, han echado mano de la ingeniería genética que todavía desconocemos las repercusiones de estas prácticas y están sujetos este tipo de cultivos a la propiedad intelectual.

Ahora, en nuestra realidad del siglo XXI hay una verdadera catástrofe de salud y del medio ambiente por la incorporación de la industria química-farmacéutica, su desarrollo descontrolado y la negligencia y/o complicidad de los gobiernos que han permitido una falta de regularización en estos rubros. Han matado y siguen matando más personas que las bombas de Hiroshima y Nagasaki.

Como ejemplo de este comentario, hago referencia a la contaminación industrial por la falta de “fajarse los pantalones” en la comunidad de El Salto, Jalisco, donde la población sufre las consecuencias. Ha llegado a niveles de emergencia pues la juventud de esa zona sufre de insuficiencia renal y la mayoría de estos casos están en la etapa de la necesidad de diálisis para sobrevivir. Las quejas vienen desde hace décadas y las autoridades siguen dejando hacer a todas las industrias de la Cuenca, desde Lerma hasta Nayarit. Suman cientos que vierten sus residuos en el caudal del Lerma-Santiago. Promesas y más promesas de los políticos en turno y no se hace nada; la población sigue muriendo.

En el ramo alimenticio hay más “tranzas” que buenos productos. La Profeco ha denunciado a través de sus medios de comunicación, por ejemplo, el contenido de carne de atún en las marcas más reconocidas, en sus latas más comerciales y te sorprendes al ver que marcas propias de la cadena Aurrerá contienen hasta el 65% de soya en lugar de atún; que los jamones que produce la marca Andalucía -y hasta lo presumen- contienen hasta un 14% de producto cárnico… ¿y el resto, el 86% qué?; los quesos comerciales, en su afán de ganancias, le meten “caseína” hasta hacerlos parecer de plástico y ¡la química hace el sabor! ¡No le hablo de salchichas y embutidos! Entran al país diariamente enormes pipas de 15,000 litros con la “mezcla base” para producir carnes frías. ¡Quién sabe qué será!; vienen de los desechos cárnicos que envían los norteamericanos de su industria alimenticia y sólo lo mandan etiquetado como “proteína base” … ¡Cerdos!

Vamos hablando de pizzas y hamburguesas. La base de estos antojitos es nada menos que harina de trigo, queso mozzarella, tomate, embutidos, “carne de res, guarniciones vegetales y aderezos, a base de grasas hidrogenadas y saborizantes. Hasta aquí podría parecer que una pizza o hamburguesa está más o menos “balanceada”, claro, si fueran productos de calidad, pero…ni la carne es carne, ni el queso es queso, es sólo una fuente de grasas aderezadas que son el origen de múltiples padecimientos.

¿Y qué decir del “pollo Kentucky”, la magnífica ocurrencia del coronel Sanders? Qué sabroso es, pero… ¿Sabe lo que está comiendo?

La comida “chatarra”, la preferida de niños y jóvenes en los recreos o como “tentenpié” (papitas, cheetos y demás golosinas) producen hoy niños mal nutridos y enfermos en el futuro. Esos productos como los cheetos, elaborados con harinas, saborizantes artificiales y derivados del petróleo, resultan muy buenos… ¡para encender fogatas!

Estos son unos pocos ejemplos. Todas las franquicias alimenticias están diseñadas para producir dinero, valiéndoles madre la salud de los consumidores.

¡Ah! Y los sempiternos refrescos, gaseosas o como se les diga, todos los mexicanos somos los campeones en consumir estas aguas gasificadas, sobresaturadas de azúcar…

Vamos para allá, el que tenga inquietudes consulte YouTube; hay de todo, desde defensores hasta los más radicales detractores. Pero dejémoslo en un 60% de credibilidad y aun así es lo más nefasto para nuestra salud. Todos hemos caído en la adicción y después no hallamos cómo sacudírnosla. No te quedes quieto porque se te suben las hormigas. La cafeína, las recetas secretas industriales, el gas y la fructuosa son una bomba calórica para nuestro organismo. Mejor toma vino o fermentados naturales. Los europeos con su dieta mediterránea llegan a los 90 y 100 años de edad y en México, apenas rebasamos los 70 años en promedio.

Las harinas, las grasas hidrogenadas, y los azúcares nos han robado 20 años de vida y como otros 20 de achaques, por la deliciosa y práctica costumbre de llegarle a la comida rápida.

La ignorancia, las prisas, la pobreza y hasta negligencia nos ha hecho adictos a una forma de vida que… ¡ya no es vida!

Mejor hagamos caso a consejos no politizados porque el sistema de salud de México es todo menos una fuente de salud. Son “apagafuegos”; ya no se la acaban con la diabetes, hipertensión, cáncer de estómago, de próstata, de pulmón, de mama y de cérvix uterino. Ahora que les está pegando en el presupuesto quieren tomar acciones…pero ya es tarde, siguen sosteniendo el plato “ideal”: la mitad de verduras y legumbres, una cuarta parte de frutas y otra cuarta parte de carnes pero está mal diseñado.

Los expertos en nutrición están politizados y no toman en serio su profesión; quieren que te muevas y te pasan unos calendarios y menús que sólo te asustan y te hacen perder el tiempo -y dinero-. No son más que una hamburguesa desarmada.

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